El Trío del Mal tras el Holocausto #4
Y la historia sigue, como las pilas duracell, este es un capítulo de esos de transición entre hechos importantes, aunque también relata hechos trascendentales, todo como no dentro de esta locura anal y surrealista que es la historia. Ala, a disfrutarla.
Capítulo 4
-Cagüen la leche Miyagi ¿cómo es que estás vivo? ¿y qué haces aquí en Moscú? ¡Dios esto es demasiado! ¡no lo puedo creer!
-Dímelo a mí. Quién me iba a decir que viajando viajando iba a encontrar al Samantik. Y ¡coño Txus! ¿eres tú? Vaya no te había reconocido!
-¿Qué tal Miyagi? ¡Joder tío qué sorpresa!
-¿Y él quién es? –preguntó Miyagi.
-Es Don tío, del que ya te hable algunas veces de Gijón –contestó Samanta.
Miyagi era un amigo de Iruña, de donde era Samanta, aunque vivía en Gijón donde ha conocido a sus compañeros de viaje.
Al cabo de unos minutos, tras el júbilo de tan grata y esperanzadora sorpresa y cuando nuestros amigos pudieron construir frases coherentes, esto dijeron:
-No lo entiendo tío –le dijo Samanta a Miyagi-. Fui a Iruña y no encontré a nadie vivo tío. Ni mi familia, ni los colegas...
-Imagínate lo que tuve que pasar. Estaba fumando tranquilamente mi hierba cuando me despierto y em doy cuenta de que todo el mundo está muerto.
-Sí, nosotros pasamos lo mismo –dijo txus entristecido.
-Ya, pero vosotrois estabais juntos. Yo estaba solo. ¡Solo del todo! Por eso decidí irme de la ciudad a donde fuera, a ver si hay gente. Y acabé aquí.
-¿Y has encontrado a alguien? –interrumpió Don exaltado.
-Sí –respondió, y los tres gritaron de alegría-. Estuve viajando en esta misma moto –siguió, mostrando su Yamaha- y fui sin encontrar a nadie vivo y viendo cosas horrorosas que ni en una de las primeras de Peter Jackson hasta que llegué a Alemania.
-¿Y qué viste?
-Déjame contar. Iba yo en busca de comida por una calle de Berlín cuando oí unas voces. Corro hacia ellas y me encuentro un aparato de radio que estaba en un bajo del que se oía a alguien hablar. Y repetía una y otra vez la misma frase, por lo que supuse que no era alguien hablando en ese momento sino una grabación, pero eso no fue de ningún modo desesperanzador cuando oí lo que decía, que estaba en inglés:
Hola, alguien ahí? Somos una comunidad de personas supervivientes a este extraño fenómeno que ha matado a tanta gente. Cualquiera que nos oiga y necesite ayuda y cooperación, estamos a las afueras de Moscú. Gentes de toda Europa y otras zonas del mundo estamos aquí. Por favor venid.
¿Y qué pasó? –pregutnaron intrigados.
-Decidí ir en moto y llegué justo en medio del invierno, con un frío horroroso y todo cubierto de metros y metros de nieve. Como no podía ni entrar en la ciudad, me metí en una casa de campo de un pueblo cercano. Pasé ahí dos semanas, hasta que me ví desprovisto de cualquier alimento y leña para calentarme. Entonces decidí salir y di vueltas y vueltas por als afueras, sin poder penetrar en la ciudad atascada de nieve. Ni siquiera los animales que antes me acechaban salían a cazar. Estuve así hasta que se me acabó la gasolina, y al borde del desfallecimiento encontré una señal, que brillaba entre la tormenta de nieve con un pañuelo rojo. La señal decía Por ahí à, Caminé y a unos cincuanta metros encontré en un valle bajo un complejo de edificios cubiertos de nieve. Cuando bajé vi muros que tapaban zonas de acceso como caminos y carreteras. Tras merodear por los alrededores oí unas voces en un idioma raro y seguidamente unas personas llegaron y me llevaron dentro.
-¿No jodas? ¿Y qué era?
-Flipa chaval. Hay una comunidad de gente de puta madre que sobrevivió a lo que pasó y que vive ahí. Yo ahora vivo ahí, y hay hasta grupos de gente del mismo país que se conocieron aquí.
-¿Y hay españoles?
-Sí. Están Kiko de Vallecas, Marc y Miranda de Ibiza y Jausín de Cádiz.
-Hostia que movida.
-¿Jausín?
-Psché. Si ves la de motes que hay ahí flipas. Bueno, y vosotros, ¿venís por la señal de radio o algo así?
-Pues... creemos que no. Verás. Nosotros vivimos un tiempo en Gijón, aunque Txus se fue a Madrid y yo a Iruña, sin encontrar a nadie. Ïbamos a irnos y ya lo teníamos todo preparao cuando nos tomamos un lsd con no se qué mierdas superpotentes que nos hizo perder la conciencia durante... ¡echa!
-Emm... ¿dos semanas? –aventuró Miyagi.
-¡Tres meses chaval! Y acabamos en el puto Pakistán en medio del desierto fumando hachís de un cobertizo que estaba repleto de ello.
-Me estás vacilando.
-¡Que no, que no! Que estuvimos allí.
-¿Y cómo acabasteis aquí?
-Pues estábamos ahí fumando y lo siguiente que recordamos es despertarnos en un banco de esta ciudad hoy mismo.
-¿Me estáis ocultando algo?
-¡Joder Miyagi que no! Te lo juro que es lo que yo he vivido tío.
-Igual lo de Pakistán es una paranoia que tuvisteis por al droga.
Los tres recapacitaron.
-Puede ser. Por cierto –dijo Txus-,¿ en esa comunidad se fuman porros?
-Un montón de jóvenes de todo el mundo que viven en comuna tras un suceso que arrasó la humanidad... ¿tú qué crees?
-Bueno em... por asegurarme jeje.
-¿Y sabes algo de ese suceso?
-Pues ni yo ni niguno de los que he conocido tiene ni idea de cómo sucedió. Pero hay una cosa que hemos visto que tenemos todo en común. Todos estábamos fumando hierba cuando sucedió.
-¿Qué me dices?
-Sí tío. Pero aún más intrigante, todos estábamos fumando la misma hierba.
-¿Y cuál era?
-Una que fue mutada genéticamente en laboratorios secretos para aumentar su potencia de THC. No sabemos qué relación puede tener eso con que no hayamos muerto tan misteriosamente como la mayoría, pero algo tiene que ver.
-Si no fuera porque sé que no te habíamos facilitado un dato, no te creería, pero nosostros estábamos haciendo lo mismo cuando sucedió.
-Curioso es, sí señor, no menos que vuestra forma de haber llegado aquí –concluyó Miyagi- ¿No creeis que podrías haberos encontrado con alguine quye os dijera de venir aquí pero ahora no lo recordaseis?
-Hombre, dentro de esta puta locura, suena lógico –dijo Samanta, y decidieron ir a esa comuna de supervivientes.
La emoción de saber que no estaban solos ni mucho menos invadía a nuestros amigos, que aceleraban el paso mientras compartían increíbles historias con el viejo amigo Miyagi.
Un alto muro se divisaba al fondo de la carretera desierta, a unos cuarenta minutos de donde se habían encontrado. Don y Txus iban a pata mientras que Miyagi les guiaba con la moto con Samanta a sus espaldas. Cuando se acercaron al muro se distinguía una escueta torre de hierrajos y un símbolo de la anarquía pintado sobre el muro. Dos chicos asomaron sus cabezas de la torre, la cual debía de ser de control, y hablaron a Miyagi en un idioma extraño. Los tres, al verlos, no pudieron evitar sorprenderse, pues todavía no estaban acostumbrados al contacto con desconocidos. Al poco de abrieron unas pequeñas y gruesas puertas del muro por donde pasaron Miyagi y los demás.
-¿En qué hablabais?
-Ruso. He tenido que aprender algo para sobrevivir aquí, pero no te preocupes, con que sepas algo de inglés te harás entender –le respondió a Samanta.
Una vez accedieron lo que vieron fue un complejo de edificios viejos no muy altos y algo de gente, no mucha, transitando por las calles o charlando sentados en un rincón. Esta escena les abrumaba, como el cuerpo desnudo de la mujer que desean, y el ambiente que se respiraba era más de un sitio vivo y acojedor que de uno estraño y peligroso.
Dos hombres y una mujer se acercaron a ellos, vestidos con ropa limpia aunque algo rasgada. Intercambiaron unas palabras con el chino y se dirigieron a los demás.
-¿Españoles? Yo Michael, el Thomas y ella Svetlana –dijo uno de ellos en acento del norte de Europa, dándoles la mano.
-Sí. Yo soy Samanta, y ellos son Txus y Don.
-Hola.
-Hola.
-¿Samanta? –preguntó Michael.
-Sí. ¿Qué pasa?
-No, nada –respondió Michael- Yo estudié un poco español, viví en Madrid.
-¿De dónde eres?
-Deutchsland.
-¿Alemán?
-Ja. Ellos dos son de aquí. Aquí gente de todo el mundo. Buena gente, te gustarán.
Samanta hizo acopio de su particular carisma y pronto intimó con quienes iba conociendo, al igual que lo iban haciendo Txus y Don, cada uno a su ritmo. Txus dominaba el inglés, al igual que Samanta, mientras que Don intimó más con los españoles ya que no hablaba otra lengua.
Marc y Miranda eran un matrimonio joven recién casado que decidió ir a Polonia pues Miranda tenía familiares ahí, y acabaron de esta forma en La Comuna, que así se llamaba el recinto. Kiko era un joven madrileño que tuvo la misma idea de mirar en las radios señales de supervivientes, y pronto intimó con nuestros amigos ya que era un heavy todo legal. Luego estaba Jausín con su peculiar historia. Era el mayor de La Comuna con cuarenta y seis años, y según contó era un entrenador de fútbol de chavales adolescentes de un equipo malísimo que se dedicaba a pasar hachís a sus jugadores por lo que nunca marcaban un gol, y a sus manos, como a las de los demás ‘’privilegiados’’ llegó la hierba especial que le salvó del extraño suceso. En cuanto a cómo llegó aquí, cruzó en un pesquero el estrecho hasta llegar a Marruecos ya que ahí tenía unos amigos, y aunque los encontró como al resto de gente, cogió un alijo enorme y se fue en busca de alguien vivo por todo el mediterráneo hasta coincidir con unos griegor en plena mar que iban en busca de sus familiares ya que sabían lo de la señal de radio. La mayor parte de porros que había aquí ahora los trajo él, aunque una de las normas de La Comuna era que la única propiedad que existía era la colectiva, así que si se quería quedar los tuvo que dar a la administración, algo que vio rentable a cambio de un sitio donde vivir, y más importante aún, un sitio donde convivir.
Y así había hasta un total se cianto diecisiete personas, con historias increíbles que contaban en los ratos libres que les quedaban tras asegurarse llegar a ver el siguiente amanecer, sin la resaca de vodka y porros no se lo impedía.
La Comuna era un sitio la mayor parte del tiempo alegre, sobre todo por las ganas de vivir que se notaban en los que ahí vivían, jóvenes en su prñáctica totalidad, siendo el mayor Jausín de cuarenta y seis y el menor una niña sueca de dos años que vino con su madre. Como ya dije, la propiedad es colectiva, todo lo que se consigue va para el bien común. Hay viviendas de sobra, aunque procuran ocupar los mismos edificios para que no haya aislamiento, aunque inevitablemente, cada uno tiende a ir para la zona de sus compatriotas, habiendo ya unas pequeñas zonaspor países, y los desgraciados que no los hayan, como el único portugués de la zona, tienden a ir con los de sus países vecinos, así que con el paso del tiempo resultaba difícil ver a un italiano con un finés, aunque las cenas comunes en las que todos se reunían y contaban sus historias en inglés, para el mayor entendimiento posible, hacían que esa disgregación fuera menor. Vivían de las reservas de los supermercados, además de unas cuantas huertas e invernaderos llenos de verduras y frutales y algo de ganado para ocasuiones especales. Ésta era una de ellas. Mataron una vaca para la ocasión, y, como siemrpe que había que repartir algo, se daba por este orden de prioridad: para quien lo cocinaba, traía o conseguía de algún modo, para quien fuera el fruto de una celebración (cumpleaños, recién llegados, etc...), para quien necesitara más que otros de ello y lo que sobrara (si sobraba) por sorteo.
El hecho de que tanta gente se reuniera para dar cobijo y la bienvenida a unas personas que habían pasado tanto tiempo solos, agarrándose al desamparo para no caer en la locura e intentando ya no olvidar, sino pasar rápido el día a base de desinhibiciones de todo tipo, ese cariño tras tanta desesperación y resignación, hacían que se emocionasen enromemente, como aquella vez que se reencontraron en el parque al borde del suicidio, y los demás, aunque no hablaran la misma lengua, ni supieran cuál era su historia, lo sabían, sabían lo que sentían sin necesidad de intercambiar dos palabras, porque todos y cada uno de ellos había pasado por lo mismo, algunos con mayor o menos sufrimiento, algunos con mayor o menor fortaleza, todos eran iguales.
0 comentarios