El Trío del Mal tras el Holocausto #2
Saludos una semana más con otro capítulo sobre esta extraña y, espero que entretenida historia.
Capítulo 2
El sol incide levemente por la rendija del estanco, pero el espeso humo de porros apenas deja filtrarse luz.
Don se despierta por la suerte de que un lívido rayo de sol le cayó sobre el ojo derecho. Sale fuera y el traqueteo de la fuerta hace que se despirten Samanta y Txus, que a los quince minutos se levantaron.
-¿Ya es de día? ¿cuánto tiempo llevamos ahí? –preguntó Samanta cerrando los ojos por el sol.
-Creo que llevamos ahí dentro dos días – respondió Txus.
Tres –corrigió Don.
El estanco del que salían nuestros tres amigos era uno de la zona centro de Gijón donde almacenaban todo el hachís y la marihuana que encontraban, aparte de eso y, obviamente, cantidades ingentes de tabaco, había priva de licores caros y refrescos para parar un tren, además de una bolsa de supermercado llena de billetes de desde 20 hasta 500€ con los que se liaban algunos canutos.
-Joder que puto viaje, se me olvidó que hubiera aire puro primos –dijo Don.
-¡Buah! ¿te acuerdad cuando saliste a mear y volviste a las siete horas o por ahí que te habías perdido y creías que eramos invisibles que nos dijiste? –le pregutnó Txus.
-No –dijo Don, y todos se descojonaron.
Txus, Don y Samanta se fueron descojonándose y haciendo el idiota por las deshabitadas calles.
El invierno acababa de llegar, calculaban que era 22 de diciembre, y es impresionante cómo cambió el clima. Sin la manta de contaminación de las fábricas y el calor humano de las aglomeraciones la ciudad quedaba desnuda al crudo invierno. A principios de diciembre ya empezó a nevar, y ahora la nieve (sin nadie salvo tres fumetas que la retirase), llegaba al metro de altura en muchas zonas de la ciudad, acentuándose cuanto más se alejaban del mar. Las temperaturas también habían bajado, llegando desde los 10ºC máximos a los 5ºC bajo cero de madrugada. Ahora, una estela blanca que no se veía en unos treinta años, inundaba R.P.I.F.
En cuanto a los menesteres de nuestros amigos durante estos meses, la rutina fue variando poco a poco, dejando a un lado (aunque no completamente) las locuras anales que solían hacer por diversión. Sobre todo desde el incidente del museo. Un día, allá por otoño, tras una gran borrachera Txus, Santana y Don estaban agotados y sin saber qué hacer, así que decidieron entrar en un museo que se cruzaron por el camino sobre una exposición de arte realista. Estuvieron observando cuadros sin mucho interés, pero Txus reparó en una bonita escena en la que unos jornaleros amontonaban paja en un campo al atardecer en Castilla, y de pronto le asaltó la nostalgia y el remoridmiento de pensar que ya no habrá más gente que haga tales obras de arte. Pero ese enternecimiento fue interrumpido por Don que de una patada a lo karateka undía su playero en el lienzo que Txus estaba observando. Cayó al suelo y rió con una risa tonta.
-¡Buah qué patada! –le animó Samanta.
Pero a Txus no le hizo gracia, es más, fue el detonante de una explosión de angustia reprimida durante todo este tiempo. Agarró a Don de la chaqueta antes de que se pudiera levantar y lo empujó contra el suelo, al ver que no le hizo daño le asestó una patada en la cara. Don, enfurecido y perplejo, se levantó con la intención de devolverle el golpe, que le enrojeció la mandíbula, pero le vino a la cabeza el pensamiento de que sólo les tenía a ellos así que se contuvo y pidió explicaciones. Samanta también estaba perplejo.
¿Pero por qué has hecho es? –preguntó.
-¿Pa qué coño jodes el cuadro? –dijo Txus.
-¡Qué coño importa ya este cuadro o todo el museo! ¡hemos destrozado biende cosas y ahora por una pijada así me vienes con esas!
Txus, más cabreado aún, miró a Samanta a ver si le apoyaba, pero este dijo:
-Es verdad tío, te vuelves violento así de pronto, ya te vale ¿no?
Txus, frustrado y decepcionado, rompió a llorar.
-¡Estáis todos locos! –gritó fuera de sí, y salió corriendo, perseguido en cada calle por le eco de sus violentos pasos.
Los otros dos prefirieron dejarle a solas para que recapacitara, sabían muy bien lo que sentían, ya fuere con un cuadro o con cualquier cosa. Pero Txus no aparecía y los días pasaban, ya había pasado una semana, y se empezaron a preocupar.
Antes de esto habían acordado que, si por algun caso alguien se perdía, quedaban todos los días al mediodía en el ayuntamiento, y allí se presentaron durante horas Don y Samanta, que aprovechaban para hablar más profundamente de ellos... y Txus sin aparecer.
A los nueve días, en la pared del edificio donde dormían ahora que el frío aumentaba, en una casa del primer piso resguardada de las bajas temperaturas, encontraron Don y Samanta una pintada que decía Esta tarde a las 6 en el Calderón de la Barca.
Llenos de esperanza los dos se fueron al instituto a la hora indicada, donde estaba esperando Txus con una humilde cara de espectación.
-¡Txus tío, ya nos estábamos preocupando joder! –dijo Samanta con un tono más de reproche que de alegría.
Pero Txus sin inmutarse fue directamente hacia Don y le abrazó.
-Perdona tío.
Don le miraba con resignación.
-No te vayas sin avisar joder –respondió.
-Mirad lo que os tengo preparado –dijo con una sonrisa en la cara.
Entraron y fueron por los pasillos de la planta baja y la primera, donde había una hilera de cuadros de un estilo abstracto que consistían todos en una mancha amarilla y una línea horizontal negra, variando en la intensidad de pintura pero siendo todos más omenos lo mismo. Txus parecía muy excitado con la exposición, y, aunque a los demás les parecía un rollo patatero, no dijeron nada por no ofenderle, con la pequeña duda de si se estaba volviendo majara.
-Esto es lo que estuve preparando esta semana de ausencia, os gustará –dijo.
Lo único que añadió en todo el aburrido trayecto fue:
-Son cuadros de un tío que hace abstracto, cada uno costaba unos tres mil euros.
-Pues vaya –se dijo Don, y Saanta le dio un codazo de reprimenda.
Cuando hubieron acabado Don propuso de echar unos petas en alguna azotea, pero Txus dijo que tenían que ver la exposición final, con el aburrimiento al borde del desquicio los demás aceptaron. Se alejaron del instituto por la calle más grande que daba a él unos cien metros.
-Bueno... ¿dónde está esa exposición? –preguntó Samanta.
-Como me joden estos gandules que se creen que hacen arte y lo único que quieren es forrarse, independientemente del estilo –dijo Txus en tono de discurso. Cuando Samanta iba a exponer lo obvio, continuó-. Mirad ahí –señaló al instituto y se sacó un extraño artilugio de la michila que llevaba, apretó un botón y un enorme ruido ensordeció el lugar, asustando incluso a Txus. Después, una gran bola de fuego inundó una parte del instituto (otras zonas como el salón de actos o la biblioteca quedaron intactos), que se fue derrumbando con un chirriante y a la vez tosco ruido acompañado de fuegos artificiales que emanaban de las ventanas. Ya había caído la noche, y la escena, aunque terrorífica al principio, se volvió excitante y preciosa después.
Por último una gran hoguera alumbraba la gran nube de polvo que se formó.
-Antes de que digáis nada –dijo cuando ya se podía oir claramente-, con esto lo que quiero decir es que mola eso de destrozar cosas, después de lo que hemos pasaod nos merecemos eso, pero hay que saber qué destruir, y si hay algo que nos guste a algunod e los tres, hay que respetarlo, en cuanto a los demás, pues como dices tú, Samanta, la vida es uan fiesta –dijo, y sonriendo se fue a correrse una juerga con sus colegas.
A partir de entonces se habían dedicado más a mejorar su calidad de vida frente al inminente invierno que a simplemente destrozar y colocarse.
En la casa donde ahora habitaban, habían dispuesto el generador eléctrico con ayuda de Samanta (que es el que se encargaba de estudiar electircidad y hacer estas chapuzas), se colocaron sus camas con colchones ergonómicos nuevos, y toda la parafernalia de objetos electrónicos como un dvd, una tele de plasma de treinta pulgadas con su respectivo home cinema, un potente equipo de música que dejaba sordo, etc...; además una amplia gama de películas, libros y cómics para pasar tantos días muertos. Además habían determinado escribir un diario, por is alguien algún día lo pudiese leer.
-Se me están empapando los playeros –se quejó Don poco después de salir del estanco donde tuvieron la fumada intensiva.
-Pues tendremos que conseguir botas –dijo Santana.
Una sombra apareció al fondo de la calle, inundada por uan espesa niebla mañanera.
-¿No veis algo ahí que se mueve? –dijo Txus señalando ahí a la sombra.
-Será un animalillo –dijo Samanta.
A medida que se acercaban vieron que, ni la sombra se alejaba, ni estaba sola, cada vez veían más sombras iguales.
Empezaron a caminar más despacio.
-Esto me da mla espina primos –dijo Don.
De pronto oyeorn un rugido y pararon en seco. Se miraron los unos a los otros con cara de susto. Antes de que pudieran hacer o decir nada una jauría de lobos apareció ladrando y rugiendo cuales furiosas bestias. En pocos segundos les rodearon, y éstos se encogieron petrificados del miedo. Hubo un momento de silencio sin que nadie hiciera nada.
-¡Lobos! –gritó Txus- Que... ¿qué hacemos?
-Nn-no sé –balbuceó Samanta.
Txus avisó uan tienda de ropa con al puerta abierta a tres metros, obstruida por uno de los lobos.
-A la de tres –dijo-, corramos hacia esa puerta y cerrémosla.
-E... estamos desarmados –dijo Don.
-Una...
Los lobos rugían y se iban acercando.
-Dos...
Su dentadura blanca mostraba unos colmillos afilados y con un, aunque terrorífico, bello encaje.
-¡Tres! –gritó y con el corazón en el puó salió volando hacia la puerta.
El lobo que tenía en su camino se le abalanzó, pero acto-reflejo, le asestó un puñetazo en la garganta de la que se levantaba para morderle, por lo que retrocedió el tiempo justo para que alcanzara la puerta, entonces se dio la vuelta y vio a Don agitando violentamente el brazo del que se había enganchaod uno de los lobos. Justo iba a abalanzársele otro al cuello cuando Txus vio un paragüero metálico en la entrada.
-¡Ten! –le dijo a Samanta que en ese momento alcanzaba la puerta, éste lo cogió y se lo arrojó con todassus fuerzas al lobo que le iba a atacar, dándole de pleno en el costado, soltó un aullido yretrocedió manchado de sangre. Don seguía con el lobo enganchado, por lo que se le ocurrió apretarle el ojo para que soltara, y, aunque en un principio le dio asco, los agudos pinchazos que le daba en el brazo hicieron que undiera su pulgar todo lo posible en la cuenca del animal, retorciéndolo luego hasta desplazarlo a un lado que no le correspondía. Entonces un chorro de sangre salió disparado y el animal soltó aullando también. Tuvieron la suerte de encontrar unos tubos metálicos que servían para colocar las perchas en los escaparates, cogieron una cad auno y fueron a la ayuda de Don, que corría hacia ellos justo cuando los lobos volvían a atacar.
-¡Ten Don! –gritó Txus pasándole una de las barras. Justo entonces un lobo le iba a morder la pantorrilla, por lo que Txus le lanzó un golpe a las patas, pero falló al saltar éste, que dio un veloz giro y le mordió el brazo derecho. Xus gritó y en ese momento un golpe seco dejaba inconsciente al animal, era Samanta. Se liaron a golpes con lso demás lobos de la que retrocedían a la tienda, hasta que cerraron la puerta y se quedaron mirándolos, dando vueltas, escupiendo babas y amenazantes rugidos, y algunos tiñendo lanieve de sangre. Uno de ellos cojeaba por el paragüerazo, y otro estaba tuerto, pero aún así seguían rondando la entrada ávidos de carne humana.
-¿Estáis bien? –dijo Samanta, que fue el único que no recibió ningún mordisco.
Txus se miró y solo tenía unos pequeños rasguños, aunque Don tenía unas heridas más profundas por todo el brazo izquierdo de las que emanaba abundante sangre.
-¡Putos lobos! ¡A mala hora empezaron a repoblarlos! –bromeó Don.
-Hay que desinfectar eso, espero que estén curados de la rabia –dijo Txus, que era el que se encargaba de la medicina.
-Pues a ver cómo salimos de aquí co esos perretes –dijo Samanta.
Cuando ya se hubieron recuperado del susto pusieron un armario en la entrada pro si conseguían entrar, mientras planeaban una forma de salir de allí.
-Hombre, digo yo que se cansarán algún día, por muy hambrientos que estén –dijo Txus a las dos horas.
-Joder, joder, ¡joder! ¡que no se me puede infectar, hay que hacer algo! –dijo Don, cada vez más preocupado.
¡Ya lo tengo! –dijo algo depsués- Quitaros la ropa.
-¿Qué pasa que desnudos ya no les seremos apetecibles? –dijo Txus.
-En serio, rápido.
Los tres se desnudaron y se pusieron ropa nueva. Con la vieja vistieron, como propuso Don, tres maniquíes y los mancharon se sangre para despistar a los lobos. En cuanto a ellos, se echaron polvos ambientadores de ropa en las heridas y prepararon palos para arder con los materiales para hacer fuego que siempre llevaba Txus.
Una vez preparado todo, abrieron un poco la puerta y sacaron un montón de prendas y bolsas de plástico ardiendo que llenaron el sitio de una humareda que apestaba y escocía en los ojos, con lo que los lobos se apartaron algo; luego tiraron los maniquíes con su ropa y salieron escopetados hacia el estanco antorcha en mano.
El plan marchaba bien, los lobos se abalanzaron sobre los maniquíes y el fuego les hizo despistarse de la huída de sus presas, pero cuando ya les llevaban un buen tramo de distancia se precataron de la jugada y corrieron hacia ellos. Les estaban alcanzando bastante antes de que llegaran al estanco, así que de pronto, Samanta que vio un portal abierto, gritó -¡Por aquí!- y se colaron cerrando de golpe. Subieron a la azotea de seis pisos y fueron escalando por los tejados que se disponían en una hilera disforme y helada que no les fue fácil atravesar.
Tras aquello las cosas no volvieron a ser lo mismo, al menos en tan duras condiciones.
La diversión y el desentendimiento se vieron violentamente aplastados por el miedo y la inquietud. Pasaron del desenfreno ácrata a la nostalgia de seguridad, llegando a sentirse inferiores, por primera vez en miles de años de nuestra historia, de los demás animales, sobre todo de las ferozes bestias que les oprimían.
Si ya habían puesto de un lado la diversión, esto la dejó en casos puntuales, dedicando tiempo y esfuerzo en procurarse una vida más segura.
Con este menester cercaron la ciudad a base de barricadas en las calles y algún que otro campo para evitar las emboscadas de sus nuevos enemigos, la mayoría con barracones de obras, vehículos pesados, cemento y alambre de espino. Así dibujaron una frontera que contenía la costa desde la Playa del Arbeyal hasta la del Rinconín, es decir, la mayor parte de la costa gijonesa, y los barrios de La Arena, El Coto, El Bibio, Viesques, El Llano y algunas zonas más. Además rastrearon la ciudad como ya hicieron para la limpieza de cadáveres, esta vez con la intención de limpiar la zona de lobos, cosa que se volvió algo divertida, una vez provistos de las suficientes protecciones para que el peligro no les inunde la existencia.
Aún así, y a pesar de semanas de trabajo, los animales salvajes siempre encontraban un sitio por el que colarse, y los tres se empezaban a agobiar, ya no sólo por eso, sino por otras circunstancias.
-¿Cuánto llevamos ya? –preguntó Txus, que miraba el claro cielo despejado de enero desde la azotea donde podían estar las pocas horas que se soportaba la temperatura.
-¿Cuánto llevamos con qué? –dijo Samanta.
-Txus el peta –añadió Don.
-Pues que cuanto llevamos solos, desde la... ya sabes –dijo reprimiendo el tabú.
-Pues... unos cuatro meses. ¿Por?
-Tío, no he dicho nada por no desesperarnos, pero me estoy comiendo la cabeza con el tema y ya no puedo más –dijo Txus incorporándose con cara de disgusto-. Pero el caso es que me preocupa que no encontremos a nadie más.
-Pero si ya hemos hablado de eso –dijo Don, endureciendo la cara ante la fuerte maría que invadía sus pulmones-, nos tenemos los unos a los otros, y así tenemos que aguantar.
-Ya, pero con más gente me refiero en gran parte a chicas, y como solo nos tengamos los unos a los otros en vez de a otras... a saber como acabamos –bormeó Txus.
-Si es cierto que a mí me preocupa no conocer a una chica, y no slo por echar un polvo... ¡que también! –puntualizó Samanta sonriendo- sino por enamorarme, estar con ella, que no es lo mismo que con vosotros, no sé, me da miedo no poder volver a sentir eso.
-Eso, eso –le animó Txus-, y además aquí ya no estamos seguros, y qué hostias, aunque lo estuviésemos, estoy harto de ver todos los días las mismas putas calles.
-¿Y qué quieres que nos vayamos? –interrumpió Don.
-Sí, eso quiero.
-¿Y a dónde? Tú fuiste hasta Madrid y ahí no había más que la misma mierda que aquí, y tú con Pamplona lo mismo. Está todo jodidamente muerto, no sabemos por qué pero las cosas son así –dijo Don, subiendo el tono de voz para afrontar la dura verdad.
A todos les hubiera gustado dejar esta incómoda conversación, pero Txus quería dejar de tener insomnio por estas preocupaciones, estar todo el día agobiado y sin nada más en la cabeza, con una asquerosa resignación que le destruía su estado de ánimo día a día.
-No tiene por qué estar todo perdido, igual en el extranjero...
-¿Qué extranjero ni qué hostias? –dijo Don- Hemos escuchado la radio montontes d eveces y no hay ninguna maldita señal.
-¿Y hasta dónde crees que llega esa señal? –le interrumpió esta vez Txus- Deberíamos irnos lejos de aquí, muy lejos, y buscar posibles pistas de más vida, ¡no estoy dispuesto a pudrirme entre drogas en esta maldita ciudad muerta!
Don calló.
-Estoy de acuerdo –dijo Samanta-. Debemos irnos. Lo hemos perdido todo aquí, ya no nos queda nada más que perder, por lo tanto no veo inconvenientes en ir a buscar más supervivientes.
-Tengo que daros la razón. ¡A la mierda, vayámonos de aquí a buscar unas buenas gachís! –sentenció sonriendo.
A partir de esa conversación en la azotes de un edificio mudo en una ciudad sin vida, nuestros amigos volvieron a recuperar ese estado de ánimo que les había hecho fuertes frente a esta cruda realidad irreal. Empezaron a hacer planes, algunos descabellados, pero que de ningún modo quedaban descartados en tal situación.
A las dos semanas ya tenían los planes para buscar supervivientes o, en cualquier caso, un mejor lugar donde vivir. Irían por todo el Cantábrico hasta los Pirineos y luego hacia el norte de Europa, visitando las principales ciudades en busca de alguna señal de civilización. El transporte sería una furgoneta lo suficiente pequeña para soportar largos viajes con pendientes y posibles obstáculos, y suficiente grande como para servir de protección ante posibles ataques. De todos modos llevarían armas, pistolas de 9mm y una escopeta que encontraron en las comisarías. Eso aparte de comida en conserva, una pequeña cocina de cámping gas, bidones de gasolina y utensilios para conseguirla de gasolineras, y demás objetos de ocio, entre los que no podían faltar semillas de marihuana y reservas para el trayecto.
Ya lo tenían todo preparado en la furgoneta para irse al día siguiente de R.P.I.F., y estaban oficiando la fiesta de despedida. Esta la hicieron en el hall de un hotel de cuatro estrellas al lado de una barricada, con la furgoneta afuera esperando para el viaje. Estaban sentados en los confortables sillones que siemrpe hay en estos hoteles fumando y bebiendo con música de fondo cuando Txus sacó de su bolsillo una bolsa, la abrió y mostró unas cápsulas aparentemente medicinales que contenían un líquido.
-¿Qué es eso? –preguntó Don- ¿no serán más pastillas de esas no? Yo paso que la vez que las probé me dejaron todo jodido –afirmó con cara de asco.
-Tíos –comenzó Txus al modo de discurso que tanto le gusta-, antes de ciajar en la furgoneta, vamis a hacer un puto viaje que no nos llevará a Francia, o a Alemania, sino que nos llevará al puto espacio exterior.
-¿Qué es eso tío? –preguntó Samanta con una sonrisa de excitante curiosidad.
-¿Os acordáis de Milly? ¿El vecino mío que nos pasó la maría de cuando el accidente?
-Joder, como pa olvidarlo, seguro que su maría nos salvó de lo que haya arrasado a toda la población –contestó Don.
-Pues bien, estas cápsulas contienen un LSD tratado químicamente con no se qué mierdad que me contó un día, según me dijo hacen que los efectos duren mucho más, y que sientas algo totalemente indescriptible que deja a un peta de ficha un tripi normal, y lo que es mejor, según me dijo, no te puede dar un mal viaje con ellas. Yo no me lo creí, pensaba que estaba fardando, pero hace ya tiempo entré en su casa y vi documentación sobre el tema, y estas cápsulas preparadas para tomar.
-¿Pero ese Milly ya las probó? –preguntó Samanta.
-No sé, creo que no.
-¿Y si están envenenadas o son tóxicas o algo así?
-Eso pensé, pero le di una dosis a una vaca y no le pasó nada, aunque parecía un cachorro de perro todo el rato mujiendo y revolcándose.
-No sé.
-¡Que sí tío, no te lo pienses más, va a ser las risas! –dijo Txus, cogió una cápsula, la abrió y derramó el líquido sobre su cubata, luego lo bebió del trago. Cuabdio acabó pasó las otras dos a los demás.
Justo entonces empezaba Whiplash de Metallica, y la excitación del momento, unida a la poca cordura de estos supervivientes, hizo que no se lo pensaran dos veces e hicieran lo propio.
A la hora de tomarlo, tras risas y un buen morao, los efectos se hicieron notar. Txus sabía que oía reggae, pero ya no le parecía reggae, sino algo mucho más bello (si cabe) y totalmente distinto. Esa gratitud mental se extendió a todo el cuerpo, convirtiéndose en un éxtasis indescriptible. Antes de que pudiera ser consciente de nada más, la vista se le nubló, y no se desmayó, sino que recuperó vida, se sintió vivo, y ya no era él, la mente se le abrió y ya no supo nada más.
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