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El Trío del Mal tras el Holocausto #5

El Trío del Mal tras el Holocausto #5

Nuestros amigos van a partir hacia nuevas aventuras, ¡la cosa va que trina! Así que sin más dilaciones, disfruten señorxs:

 

Capítulo 5

Los días transcurrieron plácidos, felices, y la noción del tiempo se hizo radicalmente distinta, no porque el tiempo pasara más rápido ni mucho menos, para eso ya tenían nuestros amigos buena cantidad de drogas, sino por el hecho de que apreciaban las horas con mayor fijamiento que antes, mucho más, y el tiempo pasó de transcurrir rápido y monótono, aburrido y sombrío, en un ambiente psicodélicamente desalentador, a pasar intenso y tranquilo, aunque sean palabras algo antónimas, ya que disfrutaron de sensaciones que ni las destrucciones ni los colocones podían suministrarles, sensaciones que sólo te da el contacto con  otras personas, y no hablo solo de echar un polvo (una práctica que, como es lógico en una comuna de jóvenes, se estilaba mucho), sino por el mero hecho de conocer gente nueva, charlar de cualquier tema que no hubieras oído, o simplemente contentarte viendo la viveza de las calles repletas de gente en movimiento, tonterías que pasamos por alto pero que nos resultan esenciales para la integridad moral. Y tranquilo fue porque tenían en todo momento una sensación de seguridad que habían tenido que olvidar y cerrar en una cúpula de constante tensión. Habían pasado tanto tiempo solos, estupefactos, que les sorprendió más el mero hecho de sentirse felices de nuevo que la causa de ello.
Desde que llegaron, haciendo en total ciento diecisite personas, vinieron en tres meses otras tres personas:
La primera era un tío de unos veintitantos de nacionalidad rusa que decía llamarse Lev y ser un preso político que se acababa de fugar de la cárcel y buscaba cobijo. Cuando lógicamente le preguntaron que cómo se iba a acabar de fugar de la cárcel si todo rincón está deshabitado desde hace más de un año, dijo que se había fugado hace ya tiempo pero no se atrevía a entrar en la comuna porque se pensaba que eran los funcionarios de la cárcel y que tomarían la justicia por su mano con él ahora que ya no había gente.
Su aspecto era completamente desaliñado. Cuando llegó llevaba una camiseta interior blanca llena de tierra y sangre y que apenas se sostenía de lo rota que estaba, unos pantalones sucios y agujereados e iba descalzo. Llevaba el pelo sucio, revuelto, y cortado a cachos, y la cara llena de cortes de intentar afeitarse. Pero lo que más impactaba, más aún teniendo en cuenta que todos los que llegaban iban más o menos igual de desastrosos, era su mirada, la expresión de su cara. Casi nunca te miraba, siemrpe andaba con los ojos como vibrando, mirando de un lado para otro sin pararse en nada, y con una sonrisa vacilona que le daba cierto toque de loco.
Cuando le preguntaron si había fumado algo dijo que en la prisión donde estaba le drogaban constantemente apra que se le olvidasen las ideas subversivas.
No tuvieron más remedio que aceptarlo, aunque todos le creyesen lo que parecía y su pasado fuera algo turbio, y acabó siendo el extraño tonto del pueblo, con su casita aparte de los demás llena de mierda inútil hasta los topes y siemrpe recluido con el único contacto de la ventana, a la que se solía asomar para fisgar a las gentes de la comuna.
Los otros dos eran una pareja mayor de judíos israelitas que parecían ser unos simples excursionistas con todo el pack de supervivencia a sus espaldad. Eran Isaac y Helen, de sesenta y dos y cincuenta y cuatro años respectivamente. Hablaban hebreo como lengua materna y con fluidez el inglés y Helen además el ruso.
Contaron que llegaron ahí por casualidad, ya que estaban buscando a los primos que helen tenía en Moscú, de donde tenía ascendencia. En cuanto al factor común de la hierba, dijeron sonriendo que si no sabían que en el congreso de Israel había dos diputados del partido cannábico. La verdad es que imaginarse a dos judíos ya viejos de clase media alta fumando porros sí que entraba más en la realidad de este mundo.
Eran amables y tranquilos, miraban a todo como si fuera algo interesante que aportar a sus vacaciones, y no parecían ser algo consecuente de lo que había sucedido, más bien parecían unos turistas que se habían perdido y que necesitaban cobijo por unos días.
En realidad todos pensaban quedarse ahí por unos días, y el sitio tenía pinta de ello: maletas sin deshacer del todo, con las mejores prendas dentro para una mejor ocasión, caminatas a lso alrededores en busca de gente con nuevos paraderos, y esas constantes pruebas con radio a todos los lugares posibles, pero al fin y al cabo todos se acababan quedando ahí, sacaban el traje caro de regalo de navidad y lo lucían con orgullo en las cenas comunes con sus nuevos amigos y vecinos. Pero eso no fue así con nuestros amigos, ellos estaban destinados, o al menos dio la casualidad de que se debían ir de allí, por muy a gusto que estuviesen. Y esto fue por algo nuevo que aportaron los judíos. Se lo contaron sólo a los que parecían mandar allí, pero pronto pasó de boca en boca a conocimiento de todos. La cosa era que Isaac siguió trabajando en el ejército tras el servicio obligatorio y tenía conocimiento de algo que podía tener relación con lo que provocó este holocausto repentino, y así lo contó:
-Como ya sabrás Michael, nosotros los israelíes colaboramos... bueno colaborábamos militarmente entre otros aspectos con los estadounidenses, pues bien, yo era un alto cargo en la inteligencia militar de mi país, y fui uno de los pocos que supo de la construcción de dos bombas totalmente revolucionarias por parte de Estados Unidos. Dichas bombas se suponía ya que nunca que yo sepa las explotaron, producían una alteración en las neuronas humanas haciendo imposible su conexión, lo que hace que el cerebro no procese y el sujeto muera. ¿Cómo han hecho eso? Dije yo, ¿y sólo en humanos? ¡venga ya! Pero según decían lo habían probado con algunas personas, aunque, claramente, esto no podía constar en los informes oficiales, era pura comidilla de los altos mandos militares. El caso es que he visto lo que sucedió y casando ideas di con que alguna de esas bombas podría haber provocado esta masacre. Verás... no se lo he contado a nadie, ni siquiera a mi esposa, más que nada porque no puedo evitar sentirme culpable, sentirme parte de ello. Yo perdí a mis hijos ¿sabes? Está siendo muy duro y... no sé, igual vosotros pudierais hacer algo, no sé, encontrar a quien hizo esto, si es que es obra de alguien concreto y no algún castigo de Dios.
Como la historia se fue tergiversando entre charlatanes, el propio Isaac tuvo que dar explicaciones unas semanas después, y de la misma manera lo contó en una cena. El resto de la noche y los días siguientes los pasaron discutiendo sobre el tema, será verdad, qué hacer, posibles teorías, los culpables... El ambiente de paz se había roto, y algo había que hacer, y allí es dodne entraban Samanta, Don y Txus.
Aunque parezca mentira para unos adolescentes, eran de los que más se sabían defender, tal vez porque les tocó de las peores partes de este drama, y tenían conocimientos de distintas materias que pasaban desde las mínimas de supervivencia a cómo montar un sistema de abastecimiento eléctrico o qué tomar cuando vomitas todo lo que comes, además, aunque otros también guardasen esas aptitudes, fueron convincentes a la hora de irse, ya que querían profundamente solucionar este embrollo, y en la comuna ya no se sentñian tan agusto, así que con el intermedio de Miyagi y algo de carisma, a los mandamases entre los iguales les pareció bien que enmendasen esa misión. Claro que les asustaba abandonar esas tierras seguras para ir a nuevas zonas sin conocer, donde podría haber cualquier cosa, pero la noción del peligro resulta algo muy relativo en estas condiciones, y de todos modos se acercaba el duro invierno y las reservas de comida se iban acabando, por lo que prometieron volver con noticias nuevas y se fueron cargados de provisiones, ropa, todo tipo de utensilios, libros, una buena placa de hachís, vodka, tabaco, ácido y los buenos recuerdos de rollos amorosos, nuevas amistades y el resurgido sentimiento de formar parte de algo, algo que les daba fuerzas para tirar palante sin mirar atrás.

La furgoneta en la que iban   ir iba hasta los topes de equipaje, ya que se suponía que era una misión importante, además de los enormes bidones de gasolina, y aunque eso ralentizase el viaje los tres se sentían libres y seguros, sabiendo que hay más gente y con el ímpetu de descubir nuevo y quizá mejores lugares.
Ya estaba todo preparado para la mañana siguiente, y mientras tanto, bajo la tranquila noche, celebraron un banquete especial para los misioneros. Había dos pavos, tenera, verduras a la plancha y algún que otro capricho dulce que resistía a la fecha de caducidad.
Txus, Don y Samanta volvían para sus habitaciones hartos de vodka, como una cuba.
De repente, una sombra se acercó de entre una de las calles del complejo de edificios sin luz. Era un hombre desaliñado, pestilente y despeinado que miraba agitadamente.
-Sé lo que vais a hacer –dijo.
-Lev, ¡qué sorpresa tío! ¿qué haces aquí? – dijo Samanta en inglés con una pésima pronunciación de borracho.
-Tío que la fiesta está de lujo, vete pallá – añadió Txus.
-No podéis ir, va contra las normas –dijo Lev.
-¿Qué normas?
-¡No iréis, el sistema tiene que seguir su curso! ¡cerdos bastardos, llegaremos hasta el fin! –gritó y sin previo aviso sacó un machete enorme y oxidado de la roñosa gabardina que llevaba y les atacó.
-¡Cuidado! –gritó Txus calléndose del susto.
-¡Os mataré! –gritó histérico Lev, y se abalanzó sobre Txus todavía en el suelo.
-Samanta, que le sacaba una cabeza, le asestó una patada en el momento justo que se agachaba, acertándola en la parte derecha de la cara de pleno. Cuando cayó del aturdimiento, txus no esperó y le propino unos cuantos puñetazos en la cara, que iban a cualquier lado del pedal que llevaba. Don le agarró y le quitó el machete. Txus lo levantó y lo volvió a tirar al suelo. Luego le dejaron levantarse solo.
-¡No iréis cabrones! ¡tengo al misión de mataros! –gritó serio, como si la paliza no el hubiera afectado al estado de ánimo.
-¡Vete a la mierda gilipollas! –le gritó Samanta en español.
-Te mataremos a ti como no te vayas a la mierda –le dijo Don en el idioma común.
Lev bajó la cabeza, los tres esperaron un poco y se dieron la. Cuando Don miró para atrás de nuevo, vio que estaba apuntando a los otros dos con una pistola, corrió hacia él y al ver que no llegaba le lanzó el machete que llevaba. Éste le alcanzó en la cara y parte del cuello y Lev falló el tiro.
Samanta corrió a coger de nuevo el Machete y se lo clavó en el pecho, crujiendo contra el esterón. Lev no soltó la pistola, apuntó a Samanta en el suelo lloriqueando y gritó:
-¡Os mataré! – y añadió algo en ruso. Antes de que nadie hiciera nada el brazo de Txus apareció y le cortó la garganta hasta llegar a codo, haciendo saltar sangre de Lev y que dejó un rugido salvaje, después se desmaó y calló muerto.
-¡Hostias loq ue hemos hecho! –dijo Txus flipando en colores.
-¡Le has matado tú! –gritó Don.
-¡Samanta también le dio! –reprochó.
Antes de que siguiera la discusión aparecieron unas personas que acudieron ante los gritos. Pronto se llenó de gente.
Tras dar explicaciones de lo sucedido, creyeron lo que les relataron, más que nada porque todops le daban pro loco al pobre de Lev, al que más creían fugado de un centro psiquiátrico que de una cárcel. Esto no supuso más que un susto para unas personas que habían visto de todo, y pronto se tranquilizaron y se fueron a la cama a la espera de al resaca.
Al día siguiente nuestros amigos partieron.
El propósito era llegar a Houston, Texas, donde se suponía que tenían al menos información sobre la bomba en cuestión, lo veían como un propósito a última instancia, y el viaje se hizo relajado. Fueron hacia el oeste, hacia Polonia, con la intención de llegar a la costa y de ahí coger un barco hacia el Atlántico, y de la que iban, todavía en tierras rusas, divisaron un enorme campo vacío con unos hángares enormes y un cartel que decía algo en ruso y abajo en ingles ponía: MILITARY BASE, DO NOT ENTER.
-Un cartel muy tentador, ¿no os parece? –Todos coincidieron y entraron.
En el interior había una enorme explanada que por sus rayas pintadas en el suelo debía de ser un aeropuerto militar. Miraron dentro de unas casetas y, además de pestilentes y putrefactos esqueletos con el uniforme militar, encontraron un cuarto hasta los topes de armas de todo tipo: Fusiles de asalto M-16 y AK-47 entre otros, fusiles de francotirados, subfusiles, armas de cañón corto automáticas y semiautomáticas, rifles, lanzacohetes, explosivos como granadas de mano y bombas de corto alcance... uno de los peores sitios para echarse un cigarro agusto. Salieron fuera y empezaron a divertirse disparando a todos lados, algo que ya habían hecho con las pistolas que iban recogiendo por la antigua Gijón, aunque les sorprendió el daño que puede hacer el retroceso de una Kalashnikov en el hombro.
¡Ratatatatata! ¡Ratatatatata! ¡Ratatatatata!
-Dios tío, esto es una pasada –exclamó Don.
-Ey Don, ¿echamos un Counter algo realista?
-¡Samanta tío no me apuntes con un arma que estoy de misión secreta! ¿vale?
-Jaja, puto Don.
-¡Ey chicos venid! –gritó Txus desde lo lejos, sin apenas oírsele.
La voz venía de uno de los enormes hángares que allí había y que hasta entonces no habían reparado en ellos. Cuando llegaron lo vieron observando un majestuoso y polvoriento helicóptero Hércules que allí descansaba.
-¿Qué miras? –preguntó Don.
-¿Crees que podremos llegar hasta yanquilandia en esto? Vi por la tele que pueden cruzar medio mundo, son los que usan para llevar tropas a otros países y tal –respondió Txus.
-¡Putos imperialistas! –añadió convenientemente Samanta.
-Hombre, si tuviese el depósito lleno, que no creo, debería bastar para llegar, estos aguantan miles de kilómetros de un tirón como dijiste –dijo Don.
-Pues habrá que comprobarlo –dijo Samanta, y trepó hasta la puerta de la cabecera del helicóptero de cristales tintados. La puerta estaba casi cerrada, pero se podía abrir, y dentro había (aún siendo algo horripilante) en una pocición graciosa un cadáver de ,ilitar con la mano todavía sujetando las llaves del contacto metidas en la cerradura. Sólo había que girarlas. Samanta agarró el muerto, lo tiró sin cuidado al suelo y se puso su maloliente casco de aviador, encendió el motor y estudió cada una de las señales e interruptores que mostraba. Al fin dio con una que ponía depósito lleno. Antes de informarse debidamente en al biblioteca de la base sobre mecánica y manejo de helicópteros, presión atmosférica, condiciones climáticas, e incluso paracaidismo, estaba claro, de ir a la costa nanai, cargarían el Hércules de provisiones y cruzarían el charco todo moraos. Este tipo de cosas, ya no se piensan dos veces.

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